jueves, 9 de agosto de 2012

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María Ángeles Durán, socióloga y superviviente de un cáncer: «El principal enemigo de una buena muerte es el miedo»

febrero 9, 2008


Lo hizo por solidaridad con los enfermos que van a morir. Sólo por eso, se resistió a cancelar su cita con el comité de ética del hospital de Galdácano que la había invitado a dar una conferencia sobre la situación de los dolientes terminales y que le ofrecía la posibilidad de encontrarse con médicos y enfermeras, que toman continuamente decisiones sobre los pacientes que están terminando de vivir.
Fue así como su compromiso con los moribundos la arrancó de la convalecencia de una intervención quirúrgica y aún con los puntos frescos se marchó al Norte. Pero no fue como catedrática de Sociología, «nunca lo hubiera hecho -advierte-, sino porque he padecido cáncer, pensé que iba a morir y he visto cómo morían muchos compañeros de enfermedad».
-¿Y qué les dijo?
-Que hay un sufrimiento añadido para los enfermos y para sus familias: el miedo a que llegado el momento se muera con dolores y obligados a vivir más de lo que ellos creen que pueden resistir, y que eso era injusto, y que había que escucharles. La sociedad española es una sociedad culturalmente católica, pero con un porcentaje bajo (un 16%) de personas practicantes, lo que crea una situación objetivamente conflictiva porque nadie puede imponer a otro, y menos en un tema tan importante como este, sus propias convicciones ideológicas, pero tampoco es bueno que se produzcan enfrentamientos profundos porque los que más van a sufrir son los propios enfermos y sus familias. Les dije también que a mí me ayudaba mucho recordar el poema de la Virgen de la buena muerte, que aparece en «Los milagros de Nuestra Señora», de Gonzalo de Berceo, precursor de los místicos, en el que se cuenta el prodigio que se obró sobre un obispo, ahijado de la Virgen y a quien quería mucho, y al que «cuando le llegó la hora de morir, nuestra Señora, su protectora, no le dejó sufrir y le mandó ir con Ella al lugar en que está». Les expliqué que me parecía bueno buscar en nuestras raíces culturales los elementos que nos permiten superar las circunstancias conflictivas. Por ejemplo, uno de los libros más utilizados de toda la Edad Media es «La Leyenda Dorada», de Santiago de La Vorágine, una obra importantísima en la que se inspiraban gran parte de los predicadores y en el que aparece una referencia a la muerte de la Virgen María que es una delicia. Dice, más o menos textualmente, que un día en que especialmente sufría la Virgen por el deseo de reunirse con su Hijo se le acercó un ángel y le dijo: «No llores más María porque dentro de tres días verás a tu Hijo». Y narra perfectamente cómo la Virgen se quiere morir, quiere ir ya al Cielo, algo que aparece en todos los místicos -«muero porque no muero»–, y la Virgen se pone muy contenta y empieza a preparar su muerte; el Espíritu Santo logra reunir a los apóstoles que estaban desperdigados predicando por el mundo y todos vienen a acompañarla en el momento de la última partida, que es un momento dulcísimo. Pues estos también son nuestros principios.
-¿Y en dónde radica la misión hipocrática?
-Se lo dije a los médicos. El juramento hipocrático tuvo sentido en la Grecia en que vivió Hipócrates en que la mayor parte de las enfermedades de que se moría la gente eran agudas o accidentes en los que si se superaba esa fase intensa de la enfermedad al día siguiente se recuperaba la salud, mientras que hoy se trata de enfermedades degenerativas en que si superas un momento de agravamiento, lo que te espera al día siguiente es más del mismo sufrimiento de la misma enfermedad hasta que en un plazo relativamente corto, pero no previsible, mueres, habiendo acumulado más dolor y más sufrimiento para todos. Hay una encuesta, que como tal no es muy buena porque sólo recoge opiniones de universitarios, en la que se pregunta sobre las condiciones de la que para ellos sería una buena muerte y destacan el no hacer sufrir a los que te rodean. Y a mí me parece que cuando se habla de la muerte se individualiza demasiado porque el sufrimiento del que va a morir no sólo es el suyo, sino el de todos los que están alrededor, y que el que más derecho tiene a tomar decisiones sobre lo que allí sucede es el propio enfermo. Con enorme generosidad, y no por quitarse al enfermo de encima, muchísimos hijos, esposos, hermanos… desean una muerte rápida a su familiar y, a la vez, muchísimos enfermos no desean que el periodo de tanta angustia del final, y en el que con tanta frecuencia están separados de sus familiares, fuera tan largo. Entonces, les conté una anécdota personal. El año en que estuve recibiendo intensa ayuda de mi familia (no puede evitar la emoción, las lágrimas rebosan sus ojos), mientras recibía quimioterapia y radioterapia, mis hijos sacaron muy malas notas. Sé que salí adelante no sólo por los médicos y mi propio esfuerzo, que también, sino en buena parte a toda la energía y afecto de mi familia, de mis amigos y compañeros de trabajo que se volcaron en mí. Pero mis cuatro hijos no levantaron cabeza, y si yo hubiera pensado que me acercaba al final no hubiera querido que ni ellos ni nadie a mi alrededor hubiera seguido añadiendo dolor a la inevitable factura de mi partida.
-¿Su caso se puede generalizar?
-Hay millones. Al año, en España mueren 300.000 personas. Yo distingo de la muerte que llega cuando uno ya tiene la vida muy vencida, dañados muchos órganos diferentes, y acepta la idea de la propia decrepitud como el precio de haber vivido, y otras muertes, como la de los afectados de cáncer, en las que cuando todavía están jóvenes y en «muy buen estado de salud» aparece una enfermedad muy dura en la que en ciertos casos se puede prever que eso no va a tener remedio. Entonces, tienes tiempo, como yo, para enfrentarte, con una energía que normalmente el que va a morir no tiene, al hecho mismo de tu probabilidad de muerte. Para mí fue un desafío en toda regla y viví la enfermedad y el riesgo mortal, que al principio era muy alto, en pleno vigor de mi pensamiento, de mi voluntad y de mi conciencia de derechos ciudadanos.
-¿Qué le pasó por la cabeza cuando cayó en la cuenta de que sobre su muerte podría no tener la última palabra?
- No lo soporté. Sentí secuestrados mis derechos por los que tanto había luchado toda mi vida, el derecho de voto, a la afirmación personal, al nombre… Pensar que pudiera llegar un comité externo y decidir si yo podía hacer o dejar de hacer me pareció un retroceso en todos los derechos políticos, en todos mis derechos como ser humano, en mi identidad como persona… ¿Cómo era posible que gentes de fuera con los que probablemente no estoy de acuerdo en otras cosas fueran a decidir lo que me iba a pasar a mí?
-¿Qué es calidad de muerte y cuál su principal enemigo?
-No hay un canon unánime. En cada cultura, morir bien es una cosa distinta. Para mí una buena muerte es la que no sea con dolor extremo, que no sea súbita, pero tampoco larga, y querría sobre todo que no hiciera sufrir mucho a mis familiares. Comprendo que las muertes indignantes son las peores. La muerte podemos hacerla todavía más dura convirtiéndola en una muerte en soledad, vergonzosa e infamante como fue la del propio Cristo: se trató de que fuera la peor muerte de todas y no sólo se le torturó físicamente sino que se le escarneció. Eso sigue hoy afectando mucho a las familias. El principal enemigo es sin duda el miedo de los demás. En mi estudio «La calidad de muerte como componente de la calidad de vida» llegaba a la conclusión de que los médicos se sentían muy inseguros de poder ser denunciados y la prueba es que efectivamente el consumo de fármacos que alivian el dolor bajó muchísimo tras el asunto de Leganés. Luego, los familiares también temen que les puedan acusar de no haber sido buenos hijos, buenos esposos… El otro día leí: «Comete delito el médico que deja morir a un paciente con dolor». Pues eso habría que escribirlo en carteles y colgarlos en las puertas de los hospitales. Los propios médicos no han aceptado que parte de su trabajo debiera ser ayudar a morir y cuando un enfermo va a morir muchos médicos pierden interés por él. Eso me decían en Galdácano.
-El propio doctor Fernando Marín, de la Asociación Morir en Casa, ha dicho que todo lo que corresponde al final de la vida, la medicina lo trata como algo de segunda categoría.
-Eso es dramático en sociedades envejecidas como la nuestra. La prolongación de la vida hace que la muerte sea peor porque, aunque afortunadamente cada vez vivimos más años bien, también vivimos más años mal. La medicina ahora es capaz de conseguir que no te mueras, pero sin curarte, algo nuevo en la historia de la Humanidad. Eso es un desastre. La OMS ya ha tomado posición en el tema y ha cambiado su lema: frente a «dar años a la vida» ahora fomenta «dar vida a los años».
-Curiosa tanta desidia cuando lo único cierto es que todos vamos a morir. Incluso en el fuego cruzado de la campaña electoral no se ha oído un reproche al PSOE por incumplir su promesa programática de crear una comisión sobre la eutanasia.
-Y por qué se ha cambiado el tratamiento legal de los derechos relacionados con el comienzo de la vida y por qué no los del final. Pues porque la franja de población a la que le afecta todo lo relacionado con el comienzo de la vida es joven, votante, con energía y tiene algo de dinero. Mientras que los que están al final son viejos, no votan porque demasiado mal están como para andarse con esas zarandajas, y tampoco tienen dinero, y por su fragilidad son incapaces de unirse y constituirse en un movimiento social. Además, vivimos de espaldas a la muerte. Somos una sociedad hedonista e individualista y los que generan opinión están en otras guerras.
-La sedación paliativa se ha hecho de forma natural en el día a día. ¿Lo que se teme son las consecuencias de poner negro sobre blanco lo que hoy es un acuerdo tácito?
-Las consecuencias asustan muchísimo. El drama es que hoy por hoy morir bien es cuestión de suerte. ¿Por qué tienen que sufrir los enfermos y sus familiares sabiendo que depende todo del azar? Del médico, de sus circunstancias, de las circunstancias del momento, de las de los familiares… No puede ser. Ahora tendría que haber un gran cambio y ojalá los dos grandes partidos se pongan de acuerdo para dar una oportunidad al que no quiera prolongar su sufrimiento con una salida mejor que la que tiene ahora.
-¿Y el miedo no vendrá también de la posibilidad de que un derecho se convierta en un coladero para acabar impunemente con la vida de otros?
-Eso también lo he dicho. Hay que tener mucho cuidado de no fomentar una generosidad en el paciente que en realidad no es más que el reflejo de la presión a la que se ve sometido por la falta de solidaridad de su entorno. Pero con todos los cuidados del mundo, de lo que no hay duda es de que la gente está muriéndose muy mal y eso no puede ser.
-¿Y cómo saber con certeza que no hay vuelta atrás?
-Hay una probabilidad casi igual a cero de que algunos casos se resuelvan bien. Nadie tomaría medidas para regular el tráfico porque en algunos casos a los coches que van a 300 kilómetros por hora no les pasa nada. No: Se prohibe que los coches vayan a 300. Hablamos en términos de probabilidades y sí, es verdad, que en algunos casos han sido las cosas diferentes pero en la inmensa mayoría no.
-¿Qué diferencia hay entre eutanasia y buena muerte?
-La verdad, no lo sé. Porque «eu» en griego significa buena y entre buena muerte y buena muerte, ¿qué hay distinto? La palabra eutanasia es tabú. En parte se la cargaron los nazis empleándola como una justificación del homicidio, y en parte también los que hacen una lectura partidaria a favor de sus posiciones y asimilan a nazis a los que ayudan a personas a que decidan sobre su propia muerte. En este aspecto, me interesa mucho la opinión del sector innovador dentro de la Iglesia.
-En su análisis «La calidad de muerte como componente de la calidad de vida» subraya que los testamentos vitales de la Iglesia y de la Asociación Morir Dignamente no son tan distintos.
-Su línea central es muy similar: no siempre morir es peor que no morir. Yo haría todo lo posible por acercar posiciones entre distintas corrientes de interpretación sobre el derecho del enfermo a morir bien. No es bueno para conseguir modificaciones de la opinión pública ni de las leyes que se produzca con gran crispación. Y ahí nadie ha conseguido todavía tender puentes.

lunes, 30 de enero de 2012

“No agradezco al médico estar vivo” DEP

La religión tiene la culpa del sufrimiento de este hombre, así como de todos los que viven en su misma circunstancia. La creencia en un ser superior que prohíbe el suicidio hace que los que ostentan el poder, decidan por los demás. Son las creencias de unos pocos que obligan a todos los demás a someterse a las estupideces de su Dios. Creen que su Dios es el único que puede decidir cuándo deben morir, al margen de lo que estén sufriendo, análogamente deberían sufrir las enfermedades sin ponerle tratamiento alguno, ya que éstas se las han mandado su Dios, pues que las padezcan, coño

Pero estos seres abominables no sólo promueven la prohibición de la eutanasia, también facilitan que el 85% de las personas mueran sufriendo. Hay todo un negocio montado detrás de los tratamientos a los enfermos terminales, cuyos estragos terribles de la enfermedad, hacen que tengan que sufrir semanas, meses o incluso años. Los tratamientos paliativos para enfermos terminales son un fraude, son una forma de dar dinero a los médicos que se dedican a tratar a estos pacientes, a experimentar con ellos. He sido testigo en numerosas ocasiones de tratamientos de morfina que daban a pacientes sólo delante de sus familiares, estando éstos a grito pelado todo el día y en cuanto llegaban estos, ante la queja de éstos rápidamente le daban un tratamiento con codeína o morfina, aliviando temporalmente los dolores aunque con grandes efectos secundarios.

Hay una simulación de atención al paciente, pero no es real. Pero no son sólo los dolores lo que daña al enfermo, es la insuficiencia respiratoria, son las diarreas que producen que el ano esté en carne viva, el no poder valerse por sí mismo, los picores, el desasosiego, el insomnio, etc. Tantas veces he sido testigo de esto en los hospitales, esos terribles lugares hacinados de enfermos de tristes expresiones mal acomodados en sus estancias cual perrera municipal, que puedo emplazar al lector a que intente gestionar su propia muerte, dado el triste final que nos espera.


http://www.20minutos.es/noticia/1569201/0/tony-nicklinson/muerte/eutanasia/

Fallece Tony Nicklinson, el británico con parálisis que luchó por el derecho legal a morir

Tony Nicklinson
Tony Nicklinson, en una foto de la semana pasada, tras conocerse el fallo judicial contrario a lo que él pedía. (EFE)
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  • Tony Nicklinson perdió el jueves su batalla legal para acabar con su vida.
  • Nicklinson quería morir libremente sin afrontar cargos de asesinato.
  • El juez falló en su contra porque hubiera supuesto un vuelco a la legislación.

Tony Nicklinson, un británico con parálisis que perdió el jueves pasado su batalla ante los tribunales para acabar con su vida, falleció "por causas naturales" en su casa de Wiltshire, confirmó su hijo en Twitter. El enfermo, de 58 años y con plenas facultades mentales, había llevado su caso ante el Tribunal Superior de Londres, ante el que pidió protección legal para que, llegado el momento, un médico pudiera ayudarle amorir sin afrontar cargos por asesinato.

No obstante, la pasada semana un juez falló en su contra al argumentar que un dictamen favorable hubiera implicado un cambio drástico en la legislación británica sobre asesinato, que excedía a los poderes de las cortes. Esa decisión dejó a Nicklinson, según indicó entonces su esposa Jane, "totalmente descorazonado" y la intención del enfermo, cuyo deseo era "terminar con una vida insípida, miserable, denigrante, indigna e intolerable", en sus propias palabras, era recurrir contra el dictamen judicial.

Nicklinson, padre de dos hijas adultas, padecía una parálisis completa de cuello para abajoNicklinson, padre de dos hijas adultas, padecía una parálisis completa de cuello para abajo (conocida en inglés comoLocked-in syndrome) desde 2005, cuando sufrió una apoplejía que no afectó a su cerebro pero que le impedía suicidarse. Su caso tenía una gran relevancia, pues según el Ministerio de Justicia, lo que él pedía -protección legal contra cargos de asesinato para un profesional médico que, llegado el momento, terminara con su vida- modificaría la legislación actual sobre el asesinato, algo que solo puede hacer el Parlamento.

En la cuenta de Twitter del enfermo, que actualizaban regularmente en su nombre sus familiares, el hijo de Nicklinson informó de que su padre "murió en paz esta mañana por causas naturales". "Antes de morir, nos pidió que tuiteáramos: 'Adiós, mundo, la hora ha llegado, me he divertido'", explicó su hijo en otro mensaje en esa plataforma.

En un tercer post, atribuido a su mujer, Jane, y a sus hijas adultas, Lauren y Beth, se podía leer: "Gracias por vuestro apoyo durante estos años. Apreciaríamos que se respete nuestra privacidad en estos momentos difíciles". También el equipo legal que representaba el caso de Nicklinson, la firma de abogados Bindmans, notificó el fallecimiento del enfermo, "sobre las 9.00 horas GMT", en un comunicado y, al igual que la familia, no dieron más detalles sobre la muerte de su cliente, que no será investigada por la policía.


http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/01/27/actualidad/1327691439_886129.html


Tony Nicklinson tenía 50 años y una vida hiperactiva en 2005: ingeniero civil, disfrutaba de su trabajo para grandes constructoras en Malasia, en Hong Kong, en los Emiratos; sentía tal pasión por el rugby que fue vicepresidente de la asociación de rugby del Golfo Pérsico; no era rico, pero tenía un alto nivel de vida, y ya pensaba en su jubilación, que imaginaba en Sudáfrica junto a su mujer Jane, y sus dos hijas. Era, como le define Jane, “el alma de todas las fiestas”, polemista y conversador infatigable.

Todo eso se evaporó cuando un problema de corazón que nunca le habían detectado le provocó estando en Atenas un derrame cerebral que le dejó paralítico del cuello para abajo. No puede hablar, le alimentan con papillas, sufre como una humillación depender para casi todo de sus cuidadores. Pero puede pensar. El derrame le dejó intacto el intelecto, lo que multiplica de forma insoportable la esclavitud de vivir atrapado en un cuerpo inerme: "¿Estoy agradecido a los médicos porque he sobrevivido? No. Ellos no tienen que vivir con las consecuencias. Si volviera al pasado dejaría que la naturaleza siguiera su curso y no pediría ayuda".

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Los avances tecnológicos no solo le ataron a la vida: también le permiten manejar un ordenador con los párpados. Puede escribir. Y manejar la televisión. Encender y apagar la luz de su habitación. O pedir ayuda cuando el no poder rascarse la oreja es insoportable.

Cuando comprendió que aquello no cambiaría, que "solo podía ir a peor", se dio dos años de reflexión sobre su futuro. En 2007 ordenó que le retiraran toda la medicación y que no le trataran si empeoraba. Y empezó a luchar para tener el derecho a suicidarse. No hoy, quizás tampoco mañana, pero seguramente pronto. Pero no se puede suicidar sin la ayuda de alguien. Y la ley británica prohíbe esa ayuda. Tony Nicklinson no quiere matarse, quiere saber que podrá morir cuando él quiera. Cree que la ley discrimina a los discapacitados físicos al no dejarles hacer algo que los demás sí pueden: elegir, libre y conscientemente, dejar de vivir.

Dejen la religión fuera de este debate porque es un asunto secular”

Ha llevado su caso a los tribunales y el Tribunal Superior de Justicia ha empezado a estudiarlo esta semana pasada. El Gobierno, sin embargo, dice que esas cosas dependen del Parlamento, no de un juez. "Los políticos son unos cobardes", interviene él mientras Jane se queja de los políticos.

Tony y Jane viven en una casita luminosa y agradable en Melksham, un pueblo de Wiltshire, 170 kilómetros al Oeste de Londres. "No sé por qué vivimos aquí, la verdad", explica Jane con una mirada indefinible, mezcla contradictoria de coraje, cansancio, amor, incomprensión, resignación, inconformismo. "Cuando volvimos de Atenas tuvimos que ir a un hospital en Kent porque allí vivíamos antes de ir al extranjero. Pero ya no conocíamos a nadie. Nos trasladamos aquí. Mi madre vive en Andover, a una hora de aquí. Tengo un hermano en Dorset. Una hermana en Cornualles. Tenía sentido venir. Me gusta Bath. Trabajé allí hace muchos años y está cerca. Pero no teníamos verdaderas raíces en Reino Unido y podíamos haber ido a cualquier lado".

Tony no quiere morir mañana. Quiere saber que en el futuro podrá acabar con su vida"

Se conocieron en Dubai, donde ella trabajaba de enfermera, en 1984, en una cita a ciegas organizada por su mejor amiga. Ahora llevan 26 años juntos. Jane habla por Tony pero es obvio que sabe cuáles serían sus palabras si pudiera hablar. Llevan años dándole la vuelta a la misma idea, que él ha desarrollado en multitud de escritos que pone a disposición del periodista: respuestas a cuestionarios periodísticos o de gente que le escribe, coloquios en los que ha intervenido, debates con grupos pro-vida o de quienes defienden una muerte digna para los enfermos terminales pero no para gente como él, que puede vivir muchísimos años pero en condiciones que considera insoportables.

Solo habla Jane, pero Tony sigue la conversación. A veces ríe. A veces parece llorar. ¿O es un gemido de impotencia por no poder hablar, una explosión de emociones cuando la conversación gira en torno a los buenos tiempos, a sus hijas, al rugby?

Jane sabe enseguida cuándo quiere intervenir él. "Para comunicarse, Tony usa esto", dice, mostrando una tabla con el alfabeto dividido en varios grupos de letras. "Mira a las letras y colores para decirme lo que quiere decir", explica. Ella va repitiendo cada letra para confirmar a cuál se refiere y luego dice en voz alta la palabra resultante. "Tiene también este ordenador que habla, pero se ha de preparar antes. Hay que programar las preguntas. Y para preguntas y respuestas es mejor que utilicemos esto".

Tony Nicklinson. / IONE SAIZAR

"Mucha gente cree que Tony quiere morir mañana, pero no es eso lo que quiere. Sabe que llegará el momento en que su vida se convierta en algo insoportable y que quiera acabar con eso. Pero no es algo inmediato. Quiere saber que, cuando llegue el momento, será capaz de hacerlo. Porque ahora mismo no puede". Él interviene en la conversación: "Para el futuro", dice. "Quiere saber que en el futuro podrá acabar con su vida".

"Los médicos dicen que no pueden hacer nada y, para mí, los cuidados paliativos no significan nada", ha escrito él en uno de sus textos. "Mis opciones son limitadas. Puedo seguir así hasta que muera (porque el Estado me dice que tiene que ser así - plan A). Puedo dejarme morir de hambre, una forma especialmente horrible de marcharse y angustiosa para mi familia. Puedo ir a Dignitas, pero no tengo las más de 10.000 libras que costaría", añade.

"La gente no se da cuenta del valor de tener un plan B (la capacidad de decidir dónde, cuándo y cómo morir). Sufro una constante y extrema angustia mental sabiendo que no tengo un plan (una vía de escape realista para el momento en que la vida se me haga insoportable, como seguro que ocurrirá). La ley me ha fallado. La sociedad me ha fallado. Hay que cambiar la ley. Esa es la razón por la que le daría la bienvenida a una enfermedad como el cáncer. ¿Dónde están los infartos cuando uno los necesita?", ironiza.

El Tribunal Superior de
Justicia británico ha empezado a estudiar el caso la semana pasada

"Tony podría estar discutiendo sobre esto durante horas, y pasa mucho tiempo pensando en ello. Tiene mucho tiempo para pensar", relata Jane. "Muchos se oponen porque hay que proteger a la gente vulnerable y todo eso. Pero nosotros nos referimos a alguien que no puede físicamente quitarse la vida. A gente que tiene la mente completamente intacta pero físicamente no pueden hacerlo por si mismos. Y luego está toda esa gente religiosa que dice que la vida es sagrada y bla bla bla. Tony es ateo. Y no acepta que le impongan las opiniones de la gente religiosa. Está muy bien que tengan su opinión, pero ¿porque tienen que imponerle sus ideas?", se pregunta. Y usted, ¿también es atea? "Bah..., no estoy segura. Pero Tony lo es y nunca ha sido un secreto. No tiene fe en absoluto".

Tony necesita ayuda para morir porque alguien le ha de poner a su alcance una dosis letal, pero podría ingerirla él mismo. "Podría ir a Dignitas, en Suiza, porque podrían prepararlo todo de manera que activara con la cabeza un interruptor que pusiera en marcha el mecanismo y administrarse a si mismo la dosis legal. Pero es muy caro. Y además dice que por qué tiene que ir al extranjero cuando podría estar en casa, acompañado de su familia, en su propia cama, en lugar de estar en medio de un polígono industrial", explica Jane.

Puedo ir a Dignitas,
pero no tengo las
más de 10.000 libras
que costaría"

Si ganaran el caso en los tribunales y llegara el día en que quisiera quitarse la vida, ¿quién le ayudaría? "Lo ideal es que fuera un médico, para que sea rápido y sin dolor. Pero en el peor de los casos, lo haré yo. Soy enfermera y sé cómo encontrar una vena o una arteria. Para Tony, lo ideal sería que yo le diera un sedante que le dejara dormido y que un doctor le inyectara la dosis fatal de manera que yo no tuviera que vivir con el pensamiento de que le he matado", dice. "Mi idea es que sea un médico enfermo terminal", explica Tony por señas. "¿Que te dé lo que quieres? Eso es nuevo para mí", replica ella. "Mi hermana siempre me dice que si ella se estuviera muriendo, que si el médico le diera solo seis meses de vida, lo haría ella misma", explica Jane.

¿Qué piensan sus dos hijas? "Nos apoyan totalmente. Saben cómo era la vida antes", responde ella, mientras él expresa una intensa emoción con un gemido. "Saben que era muy alegre, el alma de todas las fiestas. Un auténtico juerguista. Todo lo hacía a lo grande: el trabajo, la vida. El típico jugador de rugby. Y ellas ven cómo es ahora su vida".

Tony se pasa la mañana en el ordenador. "Está escribiendo un libro de memorias", explica ella. Y él se ríe. "Es sobre su vida anterior. Ha viajado mucho, ha conocido a mucha gente interesante y divertida, y su escritura es muy entretenida", afirma. "Luego, a las cuatro, vienen a ponerle en el sillón y ve televisión toda la tarde hasta que se va a la cama. Todo muy plano, muy aburrido", continúa, y él la interrumpe: "Es realmente muy excitante", ironiza. La tragedia no le ha matado el sentido del humor. O quizás le ha agudizado el sarcasmo.